sábado, 17 de marzo de 2012

La culpa la tiene Moreno

Qué desgracia que no recuerde el nombre de la mujer que se vendió como la primera asesora en organizar una "Taper Sex". El término debería escribirse "tupper", pero la argentinidad al palo lo rebautizó "taper". Como suena, así de simple. Digo debería porque su origen se remonta a Earl Tupper. En 1938 al norteamericano Earl se le ocurrió que podía vender esos pequeños recipientes de plástico para almacenar comida -muy importante en la sociedad en la que vivía- y fundó la archiconocida Tupperware. Pero Earl no estaba solo. Cuenta la leyenda que el éxito del "Taperman" radica en una mujer: Brownie Wise. Sí, como el brownie pero no de chocolate. De carne y hueso y con vagina. A Brownie se le ocurrió que podía vender esas pequeñas maravillas de polietileno con tapa casa a casa. No es que Brownie llegaba, tocaba el timbre y decía: "señora quiere un Tupper". No. Ella llegaba en su auto con palanca de cambio al volante y con el baúl repleto de pequeñas maravillas en variedad de colores, formas y especificaciones. Bajaba las cajas y explicaba la bondades en pequeñas reuniones de amas de casas que tomaban té con brownie -el de chocolate- mientras Brownie -la de la vagina- desplegaba el sistema de venta por demostración. El mismo sistema que hoy se enseña en varias escuelas de negocios como "El caso Tupperware".

Qué desgracia que no recuerde el nombre ni el día en que Jorge Lanata entrevistó a la primera asesora de "Taper Sex". Sospecho que fue el martes o miércoles. Desde el micrófono de Radio Mitre y con mucha creatividad (algo que hay que reconocerle al fundador de Página/12) entrevistó a la mujer que explicaría lo perjudicial que significa para su Pyme el cierre de las importanciones. Primero en tono gracioso la conversación giró en la chavacanería. Parece que hablar de vibradores, geles, cremas estimulantes, lencería erótica, entre otros productos, es sólo un tema de los oyentes y no de los periodistas que entrevistan.  "Che, no me van a decir que nunca vieron un consolador", dijo el periodista Osvaldo Bazán. "Yo, nunca", dijo Lanata. "Yo, sólo cuando entraba en los sex shop de calle Lavalle", dijo Nicolás Wiñazki. "Mis amigas no tienen", se embarró Luciana Geuna.

"El tema es serio", dijo la mujer que por desgracia no recuerdo el nombre. Contó que el público al que le vende es "premium" y volvió a repetir que el tema es serio. Que en el país no hay legislación para los fabricantes. Que las mismas fábricas que en los 90 vendían juguetes y después cerraron por la invasión China hoy son los grandes productores nacionales. Viva la industria nacional. Me la imaginé a Cristina, de estricto luto y eufórica, hablar de lo importante de producir porongas artificiales nacionales para ellas y ellos. ¡Viva la industria nacional! Pero, era el programa de Lanata. "El tema es serio", dijo por cuarta vez. Parece ser que los vibradores importados llegan repletos de etiquetas con normas Iram, Iso, Mica, Cande, y no se cuántas más. Que el material con los que los producen no son tóxicos. No sé por qué volví a pensar en Earl Tupperware.  Pensé en el jubilado gay, el personaje de Humberto Tortonese en "Negrópolis" (Rock & Pop. Lunes a viernes a las 9.00) que reclama aumento en la jubilación para poder pagar por más y mejores chongos. Por qué no también para mejorar su poder de compra en juguetes sexuales.

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Último martes a la noche en la casa de mi amiga Lily. De cena, empanadas compradas. En la tele, "Graduados". Sobre la mesa una botella de cerveza, otra de Fanta Pomelo y nosotros: Ceci, Mima, Andre, la dueña de casa y yo. Todavía no había llegado Susy. Todavía no habíamos hablado de la despedida de soltera de Moni. Todavía no sabíamos nada de qué se trataba la reunión del "Taper Sex" que había contratado Ceci. 

De la Brownie platense tampoco sé el nombre. En realidad Ceci nunca lo dijo. Sólo contó que tiene cuarenta y algo y que dijo que tiene que aflojarle con andar tanto por la noche porque está embarazada de dos meses. Lo cierto es que llegó con varias valijas repletas de mundos nuevos para muchas y de nada por conocer para otras que se hicieron las tontas y ponían cara de "ahhhhhhhhhh y para qué es esto, dónde va". También estuvo el espacio dedicado a lo lúdico: jugaron a dígalo con mímica. Obvio, el tópico fue el sexo: Ménaje á Trois, fellatio y otras cosas del estilo. Luego, desplegó la batería de productos y explicó sus bondades y las contraindicaciones. Dijo que había un vibrador muy bueno, pero que era antiecológico. "Lleva seis pilas triple AAA", reclamó. Les dijo que ya no era necesario ponerle nada extraño a la vagina: mostró geles con sabor a chocolate, frutos del bosque y banana split.  

¿Qué compró cada una? Se imaginarán, no lo puedo escribir. Sólo puedo contar que la Brownie platense las armó para una guerra sexual.

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"El tema es grave. Se trata de la salud. Se trata de saber de qué material están hechos los vibradores que tanto hombres como mujeres usan. Y no es broma. Cada vez más la gente introduce este tipo de productos en su 'intimidad'. Un vibrador importado puede costar desde 200 dólares y viene con las indicaciones de los materiales con los que están hechos. En cambio, los nacionales, pueden salir desde 100 pesos y no traen ninguna indicación", profundizó la mujer que por desgracia no recuerdo el nombre. Sí recuerdo que dijo que fue la primera en hacer una "Taper Sex" allá por el 2000. "¿No hay ninguna ley que indique los materiales permitidos y no?", preguntó un Lanata rápido y fiel a su patronal. "No, ninguna", respondió la primera Brownie Sex argentina. 

Moraleja: si se va a meter algo dentro de su cuerpo, piense que pueden estar hechos con el mismo material de la palita y el balde de su hijo, sobrino, vecinito, ahijado, etc. Piense que la culpa de que usted no se pueda meter algo de calidad dentro del cuerpo tiene nombre y apellido: Guillermo Moreno.

martes, 13 de marzo de 2012

"No te olvides de seguir creciendo"

Tiene manos de actriz. De diva de cine. Suaves. Con algunas manchas propias de la edad. Las uñas, sin pintar y cortas. Como si fuera una niña que va a la escuela y la madre se las acaba de cortar. Sus labios son finos. Los trata de engrosar con un rouge rojo. El mismo que se coló entres los dientes y que se dará cuenta minutos más tarde. Su cabello es lacio, fino y canoso. Blanco. Está recién cepillado. Su peinado es el de toda la vida. Puede parecer la más aristócrata de las aristócratas, pero también puede ser la más gritona del barrio. Como Elvira, su recordado personaje en "Esperando la carroza". Puede parecer sincera, pero responde en automático. Como sabiendo las preguntas y las respuestas. Cuesta sorprender a China Zorrilla. Le sobra calle. Hoy, a los 90 años recién cumplidos, le sobran anécdotas. Huele a perfume Channel. Huele a satisfecha. 


Nació en Montevideo. Vivió en la Londres de la posguerra. En París y en New York. De Estados Unidos se trajo una de las tantas anécdotas maravillosas que cuenta con los encantos propios de una hechicera. Trabajaba como profesora de francés cuando le pagaron por primera vez con un cheque.

-¿Y esto qué es? Yo quiero plata. Esto es un papel de porquería. ¡Yo quiero plata! ¿Qué hago con esto?-, preguntó, exigió, reclamó y volvió a preguntar una joven uruguaya que había viajado a Manhattan a estudiar teatro.

-Lo pone en el banco-, le contestó un empleado del Liceo Francés.

China salió del colegio y fue al primer banco que encontró. Preguntó cómo cambiaba ese trozo de papel por unos dólares. Le dieron una chequera. La primera de su vida. Le dijeron que cada vez que quisiera pagar, lo hiciera con su flamante chequera. Les hizo caso. Salió del banco, llegó a su casa y firmó los cincuenta cheques con una dedicatoria: "Atentamente, China Zorrilla".

Hoy vive en Argentina. En la calle Montevideo. En Recoleta. En un departamento de dos dormitorios y dependencias de servicio y sin palier. En realidad con un palier que se transformó en biblioteca. "Necesitaba espacio para mis libros. A mi casa se entra por la cocina".

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Está rodeada de gente que va y viene. Familia y amigos. Odia que le pregunten por qué no se casó. Le cambia el humor y cuenta que estuvo a punto. Que no se dio por que eran otros tiempos. Porque la familia del novio no aceptaba que se casara con una actriz. No contaba que era una señorita de buena familia y educada en colegio de monjas francesas. Tardó tiempo en perdonarlo. Olvidarlo. "Hace poco se murió. Me mandó a decir con su enfermera que fui la mujer a la que más amo".

Enseguida se encarga de contar un cuento que le amargó la niñez: "Se trataba de una mujer muy mala. Odiada en todo el pueblo. Recuerdo la parte que decía en cuanto a sus cuatro hijos, terminaron los cuatro como era de imaginarse. El mayor cometió un crimen y terminó en la guillotina. El segundo robó un banco y le pegaron un tiro. La hija mayor se hizo prostituta y la menor actriz'. Yo quiero ser esoooooo!!! Actrizzzzzzzzzzz".

Pero las pilas de cartas en la mesa de luz, en el escritorio, la biblioteca y la caja de cartón negra del placard no están dedicadas a ese amor. Después hubo otro. Del que no se puede olvidar. Al que le dedicó cientos de poemas. Al que atesora con y en el alma. "Se casó con otra", dijo con una naturalidad cruel, "lo recuerdo sin llantos y sin tragedias".

No tuvo hijos, pero muchos la sienten su madre. Su abuela. Bernardo Neustadt le regaló su perra Shorkshire Flor y desde entonces se mueven como siamesas. "No se puede pasar por la vida sin tener un perro", dice orgullosa.

Camina con dificultad por la decoración clásica de su living: portarretratos, premios, alguna que otra planta, un piano, cuadros con marcos dorados y muchos recuerdos. En una esquina, una mesa de roble redonda y tres sillas. Más allá un sillón de dos cuerpos con dos mesas de bronce y tapa de mármol blanca a cada lado. El mismo que retrataron fotógrafos de varios medios reproduciendo la imágen cientos de veces.

Al fondo, plantas. "El jardín de una vecina que no tengo que cuidar y que creo que es mío". La ventana de los vecinos que la adoran. Que más de una vez contaron que viven en el mismo edificio que China Zorrilla. Que ella los saluda por su nombre. Ahora se la ve poco, coinciden. De a poco, los suyos, aminoraron los compromisos fuera de la casa.

"No puedo caminar una cuadra que alguien me viene a saludar". Ella se detiene. Conversa con cada uno. Estampa su firma en pequeños boletos de colectivo. En servilletas arrugadas de algún bar. En pañuelos descartables. Agendas. Libros. Lo que sea. Los argentinos la adoran y se lo demuestran.

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Después de trabajar en decenas de películas, obras de teatro y programas de televisión, China tiene que seguir trabajando porque nunca ahorró dinero. "Yo tengo una filosofía con el dinero. Ningún ser cristiano puede tener en el bolsillo 10 pesos que le sobran y saber que el de enfrente no comió. Ama al propio como a tu mismo y echemos a los mercaderes del templo".

A China no le cuesta decir qué inclinación política elige y eligió. Confesó que admiró profundamente a Néstor Kirchner y que hoy "soy de izquierda, de izquiera cristiana. No me hace falta estar en la iglesia para hablar con Dios. Mi educación fue muy severa, siempre hacían hincapie en la castidad. Después, con los años, fui dejando de ir a misa. Hoy agradezco. Agradezco la vida que tengo. Tengo salud para hacer lo que más me gusta -¡y que encima me paguen!-, que es actuar".
 
El secreto para llegar como ella a los 90 años no sabe cuál es. La dieta, seguro que no. Como no sabe y no le gusta cocinar, si quiere comer algo salado "como una galletita con queso. No me cocino, si no tengo para comer, me como un dulce, que siempre es un buen consuelo".

Los cuidados para la salud, dice, son pura herencia. "Tuve mucha suerte en la vida. Estoy bien conservada. Mamá murió a los 95 años. En ese momento dijo algo muy sabio, fue antes de morir. Ella le tenía miedo a la muerte. Estaba en una cama enorme, parecía la cama de Lucrecia Borgia. Flaquita, siempre sonriente. De golpe empezó a sonreir, como una nina pícara que descubrió algo".

"Che china, mirá qué bien hechas están las cosas, ahora que es inminente mi paso al otro mundo. El miedo le dejó el paso abierto a la curiosidad", le dijo su madre horas antes de morir. "Volví a Buenos Aires y me dijeron que mamá murió esa noche", recuerda.

"Esa frase me cambió la vida. Me quitó el miedo a la muerte. Siempre le tuve curiosidad. Nos dejó esa herencia: no tengan miedo", reflexiona.

A la hora de imaginar qué otro mundo la espera, metaforiza que será como un parque de diversiones. Dice que "quisiera que el cielo fuera igual que la vida sin las cosas malas. Sin hambre, que mueran viejos y no niños, en esas cosas".

                                                                        ***

Pasaron diez años de aquel día que Eduardo Galeano la enamorara aún más con una dedicatoria que nunca olvidará: "Te felicito a tus primeros ochenta y no te olvides de seguir naciendo".  Hoy, huele a satisfecha.