lunes, 30 de enero de 2012

El pájaro canta hasta morir

El cura no es un típico cura. La iglesia no es una típica iglesia. El bautismo no es un típico bautismo. Yo soy el típico padrino.




Es el último domingo de un enero caluroso. De un enero en donde las noticias dicen que la temporada veraniega está a full. Un enero donde la gente se saca la ropa. Los ombligos victoriosos salen a que les de la fresca. Un enero en que tuvimos una primera dama periodista/movilera y un presidente rockero con mucha onda. Pero también fue un enero en el que la presidenta volvió a trabajar después de "un cáncer que no tuvo", como tituló Clarín. Un enero en donde esa mujer llegó y habló. Llegó y mostró su marca. Su herida. Su cicatriz.

Ella habla. Las noticias hablan de ella. De nosotros. De nadie. Confunden. Llenan. Rellenan.  Es enero. ¿Por qué hay gente que merece ser noticia y no lo es?

***

Hace calor en la sombra de los árboles añosos del Parque Pereyra Iraola. Los pocos autos estacionados buscan la sombra como alivio protector. Son las doce del mediodía en un predio de 10.246 hectáreas que transpiran historia.  El primer dueño de esas tierras extensas y fértiles fue una mujer: Juana Rita Pinto. Un bella dama que bien podría haber sido modelo del colombiano Fernando Botero. Algunos dicen que con una herida de amor y algo falta de efectivo vendió su propiedad a la familia Pereyra Iraola. Los de doble apellido decidieron ponerle nombre a su terrenito y la llamaron Estancia San Juan. Pero un día llegó alguien de apellido Perón -¿lo tienen?- y decidió expropiarlo.

Según el mito urbano, los ecologistas, los proteccionistas, la Wikipedia y varios intendentes K, "es el parque de mayor biodiversidad de la provincia de Buenos Aires". El pulmón verde de Scioli. En el mismo parque en donde en el 2008 la UNESCO ponía sus lupas para declararlo "reserva de biosfera", estábamos bautizando a Isabella. 

Isabella es la cuarta hija mujer de mi hermana Laura. Conociéndola a ella y a mi cuñado Ariel no podría decir que es la última Sacchi. Desde ayer debuté en el doble título de padrino. Ya lo soy de Oriana, la primera. Entre familiares, amigos, y demases movilizamos nuestros cuerpos acalorados hasta la capilla del Parque Pereyra Iraola. El andar de los autos sobre las calles de tierra seca marcaba el camino para los que venían de lejos. La capilla, iglesia, iglesita, templo y sus variantes está a la diestra de la casona principal del parque. Cuando empezaba a asomarse el aroma a los chorizos, a carne asada y con una mezcla de canciones de Valeria Lynch, Los Wachiturros, un brasilero que detente ser el dueño del tema del verano y algunas moscas chusmas, entramos al bautismo.
La cita pactada decía a las doce, después de la misa. El camino hacia la espiritualidad de Thiago, Ariana e Isabella comenzó doce y treinta siete minutos. Duró, como mucho, veinte minutos. Y si fueron más, no nos dimos cuenta. 

En esos minutos de espera vi pasar a un hombre cincuentón, de panza cervecera y buen vivir. Llevaba puesto un short de Estudiantes de La Plata y una remera blanca que bien podría haber sido comprada en alguna feria paraguaya o made in La Salada. Lo mismo con las ojotas. "¿Imitación de las famosas brasileras? ¿quién no las tiene?", pensé. Castaño, algunas canas perdidas en el pelo lacio y prolijo. Si no me equivoco, el responsable de la Capilla Sta. Elena -el Dr. Leonardo Belderrain (Terapeuta filosófico, como dice su tarjeta personal) se había afeitado a la mañana. Antes de tomarse un par de mates, leer alguna que otra noticia y pensar qué diría en la misa y luego en el bautismo. Pensándolo mejor, y después de haberlo escuchado, sospecho que su onda es la de ser más espontáneo.

Cuando en la capilla no entraba más nadie, el de short y ojotas sacó una túnica de un mueble de pinotea y se la colocó con cancha. Con experiencia. Belderrain no nos hizo pronunciar ningún Padre Nuestro, ningún Ave María, ni mucho menos pararnos y sentarnos como monitos Tití. Nos mantuvo atentos y emocionados por pocos, pero certeros minutos. Con esa facha de vecino de al lado, pidió "paz". Les pidió a esos tres chicos que sean "solidarios". Que no discriminen a peruanos, paraguayos y "homosexuales". Le preguntó a los padres porqué eligieron a los padrinos. Que le den las razones. Ante cada respuesta aseveraba moviendo la cabeza. También nos preguntó a nosotros, los padrinos, cómo habíamos reaccionado con la elección. Piropeó a Karina, la madrina de Isa, a sus rulos y enseguida llegó con el agua. Les tiró un chorro a cada uno y siguió conquistando con su impronta revolucionaria.

Después, según el nombre de cada uno dijo algunas palabras y de la pequeña Isabella dijo que era de espíritu socialista. Traté de recordar cómo llegó a esa conclusión, pero no logró dar con el camino de semejante reflexión. Igual, la sola idea me encantó. Dijo que bien podría haber votado a Binner o Cristina. No a Macri. Se escucharon algunas risas y aparecieron algunos gestos de asombro. Nos pidió la vela para encenderla, en símbolo del fuego del rito, pero nosotros no teníamos. No es que nos hayamos olvidado. Ni sabíamos que teníamos que llevarla. Tampoco tenía la familia que estaba en el banco de adelante. Belderrain puso cara de estos padres que no se acuerdan de nada y fue a buscar un par de velas. Dijo un par de cosas más. Pidió una ofrenda para comprar pintura para el techo. Presentó a la secretaria "que se gasta la plata que ustedes van a dejar en drogas". Cecilia apareció con su canasta de mimbre rústica mientras mi hermana se secaba las huellas de un par de lágrimas. Saludó, agradeció y taza taza cada uno a su casa.

***

Leonardo Belderrain escribo en Google. Aparecen 31.500 resultados en sólo 15 segundos. Abro un artículo del suplemento Radar, de Página/12: http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Radar/01-12/01-12-23/NOTA1.HTM

“A Silvina la conocí paseando en el Parque Pereyra Iraola. Nos pusimos a charlar y tiempo después me invitó a cenar a su casa. Ella practica danzas africanas y en una de nuestras primeras salidas fui a ver uno de sus espectáculos. Fue toda una revelación verla ahí, en el escenario, moviéndose al ritmo de esa música tan sensual. Tuve la percepción de que estaba celebrando un ritual, una ceremonia, y la imaginé a ella como a una suerte de sacerdotisa”. Confiesa también que no sólo vio modificada su soltería por el encuentro. A partir de ese suceso aparentemente casual -.”intervención divina”, según él-. también otras situaciones de su vida operaron transformaciones cruciales. La primera y más evidente, la de los hábitos.  

“Al principio fue muy traumático para los dos. Silvina estaba bloqueada porque obviamente nunca había imaginado enamorarse de un cura. Además, en la familia de ella, si bien no se opusieron a la relación, les inquietaba el lugar medio hipócrita en el que se daban las cosas. En mi caso también fue duro. Desde lo interno yo sabía que mi historia con ella no era pecado sino un don de Dios. Desde lo externo ya era otra discusión. Sabía que tenía que dar un salto. ¿Pero hacia dónde? Por suerte, con el tiempo, las cosas mejoraron y pude ver la situación con más claridad”.

El cura que me había sorprendido ayer, ya había sorprendido a varios miles unos doce años antes. Seguí viendo lo que Google me ofrecía y me seguí encantando.  Doy con un portal que se llama Cristianos Gays y un artículo que lleva su firma: "El derecho de las minorías a ser felices y las uniones gay": http://www.cristianosgays.com/2010/06/17/el-derecho-de-las-minorias-a-ser-felices-y-las-uniones-gay-por-padre-leonardo-belderrain-bioeticista-argentina/#more-14523

"Hay consenso en el país, de que lo que importa es el derecho de todos a ser felices a amarse y comprometerse, bajo el nombre que sea, con iguales derechos. Está cambiando, también, la noción de padre y madre. Antes se decía: ´no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre´. Hoy se dice al revés: 'no llores como hombre lo que no defendiste como mujer'.

Belderrain es el fiel ejemplo de alguien que se maneja con autenticidad. Celebro que haya gente fiel a si misma. Celebro haberlo cruzado en esta vida. ¿Será él quien me case?

 


miércoles, 25 de enero de 2012

Al final, lo primero es la familia

El domingo pasado La Nación Revista tuvo en su tapa a Nacho Figueras. Polista, celebrity, modelo, esposo, padre y -lo más llamativo- pensador contemporáneo. Que el tipo está bueno no tiene discusión. Es más, las revistas de moda se empecinan en decir que es el hombre más lindo del mundo. Siempre desconfié de aquellas personas que teorizan que cuanto más lindo se nace, menos neuronas se tiene. 

Todo cambia.



Este morocho vendría ser una especie de Valeria Mazza pero con testículos. Está casado con Delfi Blaquier, ex modelo hoy fotógrafa (no es que la contraten para quinces, casamientos, o ese tipo de cosas; es fotógrafa de la vida. Hoy da cool decir que se es somelier de té, artista o fotógrafa. Lo más probable es que la mina no haga nada. ¡Y está buenísimo! Pero tienen que decir que hacen algo, sino qué dirá la sociedad). Pero sigamos con Nachito. Tiene tres hijos hermosos y ¡miren cómo se llaman!: Hilario (11), Aurora (6) y Artemio (2). ¡Cuánta clase! Es evidente que no podrían llamarse Jonathan, Yasmín y Thiago.

"Argentina está de moda", asegura Nachito en la portada con caballo blanco de acompañante, jean Levis azul oscuro, camisa blanca sin marca de manga larga arremangada, cinto de cuero marrón, alianza de oro y un reloj plateado que podría alimentar a todos los comedores de La Matanza. "Cree que al país le ira muy bien", promete la bajada. Si lo dice Nacho, cómo no creerle. 

A los 34 años, este hijo de un ingeniero agrónomo y una ama de casa de 25 de Mayo, tiene como bandera el optimismo. Hace 17 años que vive gracias a su trabajo de polista, de viajar por el mundo, de cenar con Madonna y Ralph Lauren. Y de intercambiar experiencias de vida con el príncipe Harry de Inglaterra. El argentino es embajador de la fundación del hijo de Lady Di. (Imagino los pedos que agarrarán en los pubs de Londres y las propinas que les darán a los paparazzis ingleses que son in-so-por-ta-bles)

-Los New Romantic, tituló una revista australiana que los presentó en sociedad como una de las parejas más glamorosas del mundo. ¿Cómo se lleva semejante bandera?- pregunta Flavia Fernández.

-[...]Supongo que vende bien nuestra imagen de familia. Viajamos sin parar, es cierto que conocemos gente importante. Pero éste soy yo, en alpargatas. A mí lo que realmente me interesa es la familia- contesta Nacho.
Si quiere ser simple y familiero, y vive en La Plata, en 44 esquina 2 venden las alpargatas de yute que usa Nachín. Casa Varela. Un negocio tradicional (¿Debería pedirles un canje?)

-¿Piensan seguir agrandando la familia?- vuelve al ataque la periodista.

-Nos gustaría uno más. Pero bueno, hay que ver (lean por favor lo que hay que ver, lo que lo lleva a este filósofo del polo decidir si vuelve o no a tener un pibe) Es imposible explicar el lío de valijas que hay cada vez que viajamos. Una mudanza- complejiza Nacho.

Me queda una duda. Si Nacho sólo lleva alpargatas y Delfi la máquina de sacar fotos, es decir la simpleza misma, por qué tanta valijas. Ah, los nenes se ensucian mucho. Mucho contacto con la naturaleza. Con ellos mismo. Ahí está.  Esa es la respuesta. La familia. A Nacho lo que importa es la familia. ¡Qué duda cabe...!

viernes, 20 de enero de 2012

El hombre de la valija: "El señor del tercero B"

Imaginar la vida de alquien que es un perfecto desconocido es maravilloso. Cuando salimos a comer con Pablo solemos jugar a imaginar las profesiones y las vidas de los otros comensales. Tiene cara de directora. Parece abogado con una cátedra y todo. Ella no se casó, se dedicó a cuidar a los nenes y a decorar la casa de City Bell. Ella es empleada pública y compra Avón. El es el típico hijo de puta que está dispuesto a cagarte el día. Ella tiene cara de buena pero él le debe meter los cuernos. Esa parece una guerrera en la cama. Las que se pintan las uñas del pie de rojo son unas perras en la cama. Cosas de ese estilo se nos ocurren a montones todo el tiempo. Ahí, aflora toda la fauna de nuestros prejuicios. Pero esta historia es diferente. Es más del estilo de Arthur Conan Doyle.

***

-Es cierto, siempre lo vi con valijas- coincidimos con alguien que no puedo decir quién es.

Esta historia le ocurre a un amigo muy cercano. Un amigo muy curioso, para no llamarlo chusma de mierda. Está preocupado y lo entiendo. Tiene miedo. ¿Tiene miedo? Mi amigo vive en un edificio nuevo de una constructora pedorra que se la da de seria y que hasta tiene cartel luminoso. Un fenómeno por estos días por estos lares. La historia transcurre en el 3° piso. Mi amigo vive en el "C" y el señor de la valija en el "B".

Mi amigo me cuenta que "el señor del B" es raro. Se mueve en horarios raros. Es raro. Como él es gay, piensa que su vecino también lo es. Pero, nobleza obliga, los gays ven gays por todos lados. Es algo bastante típico. Podría serlo. ¿Podría serlo? Mi amigo me cuenta que no hace mucho se cruzó con él en el ascensor. Estaba acompañado. Lo escoltaba un chico de nos más de treinta. De ojos celestes, pantalón pinzado blanco, chomba celeste Ralph Lauren, cinto y zapatos de cuero Legacy. Mi amigo enseguida celebró que lo había pescado de trampa. En realidad, lo envidió. En realidad, en el tiempo que dura subir desde planta baja hasta el tercer piso, armó un guión que hasta Almodóvar envidiaría. La idea se desvaneció con cinco palabras: "te-presento-a-mi-hijo".

-Bueno, podría serlo igual. Se casó. Se separó. ¿O enviudó? Y ahora esssssssss- dijo alguien que no puedo decir quién es.

¿Qué hace una persona normal si se acaba de comprar un departamento? ¿Qué hace si además le plastifica los pisos, le pone línea de teléfono, campana, lavarropas, cortinas, cuadros y no recuerdo cuántas cosas más? Se muda. No. El vecino de mi amigo tardó en mudarse más de un año. ¿Es raro no?

-¿Y si es narcotraficante, asesino a sueldo o ladrón de guantes blancos?- me pregunta alguien que no puedo decir quién es.

El vecino de mi amigo tiene horarios raros. De día, practicamente, no se lo ve. En el edificio sus otros vecinos casi no lo conocen. Es más, piensan que todavía no se mudó. Que le pueden seguir robándole el lugar de su cochera. Por las noches nunca está. No cena en la casa. No mira la novela en la casa. No le suena el portero en la casa. No hay olores en la casa. No hay ninguna luz encendida en la casa. En la casa no pasa nada. Pero esa nada es lo que inquieta a mi amigo. Esa nada le suena raro. Siempre que lo ve, lo ve irse. Nunca llegar. Siempre, siempre lo vio con una valija. Y la idea de que es piloto de avión o azafato ya está descartada. Se sabe que es ingeniero. Lo mencionó, al pasar, en alguna reunión de consorcio.

Con mi amigo enumeramos: es ingeniero, tiene más de 60 años, un auto alemán con patente K, un hijo que usa marcas alta gama, no duerme en su cama, no caga en su baño, es correcto con los modales, parece neurótico al estilo Woody Allen, tiene una secretaria que viene de vez en cuando, una chica que le limpia los jueves a la mañana, por las huellas del polvo de ladrillo que suele dejar en el piso del pasillo se sabe que juega al tenis y -lo que más nos inquieta- es que saca siempre la misma basura: dos bidones de agua mineral de tres litros de una segunda marca.

-¡Eso es raro! ¿Cómo alguien que tiene ese nivel de vida no compra Villa del Sur, Villavicencio, Evian, Lauquen reserve, South Virgo o algo de su target?
-Que compre Nestle no es de puto. O si es de puto es de marica pobre o amarreta- sugiero. -Eso nos dice algo. Ahí hay que poner nuestro ojo. Ahí es donde debemos ser como Holmes y Watson-.

El señor del 3° B mide un metro sesenta con toda la furia. El peso rondará en los cincuenta y cinco kilos, no más. La cabellera esta incompleta y canosa. Las extremidades son proporcionales con el cuerpo. Los ojos son pequeños y curiosos. Las orejas son bien rosas, como las de un chanchito fino. Las manos chicas tienen las uñas impecables. Brillosas, como si llevaran esmalte. Su piel parece una porcelana inglesa envejecida. Tiene un par de arrugas: en las comisuras de la boca, en las patas de gallo y en la frente. Huele a perfume importado. Se mueve rápido y con movimientos cortos y nerviosos. Pareciera que vive llegando tarde a todos lados. Pero en realidad es que debe ser un obsesivo de la puntualidad.

Hay un dato que nos hace suponer que estamos en presencia de alguien que estudia la jugada antes de dar un paso en falso. Por primera vez en su corta estadía dejó un mensaje para alguien. Enojado por algo, escribió un mensaje. No lo pegó en el ascensor. Tampoco en la puerta que va a las cocheras. Lo dejó en otro lado. Lo dejó en un lugar milimétricamente estudiado.

Continuará...   

miércoles, 18 de enero de 2012

De rebote

Todo tiene que ver con todo. Y nada está tan suelto. Tan inconexo con lo que nos pasa. Con lo que fuimos viviendo. Con lo que pudimos crecer. Con lo que dejamos fluir. Con lo que sufrimos. Con lo que amamos. Con lo que padecemos. Con lo que elegimos. Con lo que no elegimos. Este posteo viene madurando en mi cabeza desde el sábado a la noche. O quién sabe desde hace mucho tiempo. 
El domingo leo en Clarín un artículo de Claudia Piñeiro http://www.clarin.com/sociedad/mujer-inventario-cuenta-nueva_0_626937514.html  y me quedo pensando. Habla de lo que les pasa a las mujeres a los 50.  En ese relato sentí a esas mujeres. Las vi. Las comprendí. También pensé que había llegado el momento de escribir de los que nos pasa a nosotros. O a alguna parte de nosotros. No creo que a todos, por la arbitrariedad de pertenecer a cierta generación, nos tengan que pasar por la cabeza las mismas cosas. Pensé, es ahora de hablar de la paternidad. De la paternidad de aquellos que somos homosexuales.

Tengo 34 años, pero faltan meses para que eso cambie. Hace un tiempo alguien, no recuerdo muy bien si era del gremio, me dijo que comprarse una mascota era canalizar el deseo de la maternidad-paternidad. Ahora que la tengo a Triny puedo llegar a darle la razón. Claro que no tiene nada que ver tener un perro con tener un hijo. No se alarmen. No enloquecí. Pero te empiezan a pasar cosas que antes no te pasaban. Se enferman y sufrís. Se enferman y tenés que buscar quién la pueda cuidar. La ves jugar y te emocionas. La escuchas soñar y te enterneces. Como no soy padre sospecho que son cosas que les deben pasar. Les deben pasar cuando se les cae el ombligo. Cuando sale el primer diente. Cuando gatea por primera vez. Ni hablar cuando camina o cuando dice "mamá" o "papá". 

Con toda esta ensalada en mi cabeza llegué al martes a la noche. Le propongo ver a Pablo "Margin call", una película inspirada en el última caída de la bolsa de Wall Street, pero él tiene otro plan. Propone ver una que no se acuerda muy bien el nombre y me relata la historia. Acepto. Me registro en Cuevana y la vemos. 

La película es muy sencilla. Nada del otro mundo. En Argentina se estrenó como "Amante accidental", una mala, para no decir pésima traducción de "The Rebound" (algo así como "de rebote"). Después de verla, prefiero quedarme con el nombre original. Ella, Catherine Zeta Jones, descubre que el marido le es infiel de casualidad: está buscando en la compu de la casa un video que le pidió el hijo y vio cómo una vecina le hacía un pete a su esposo a metros de ella. Deja el pueblo y se muda a New York con sus dos hijos. Llegan a Manhattan, la "ciudad donde viven las minorías y los capitalistas", como bien dice el hijo varón, un nene de cinco años. Por las casualidades de las películas, ella alquila un loft arriba de un Coffe Shop. Sí, donde trabaja él. El "amante accidental". 

En el arranque más que un semental es el niñero. Ella consigue trabajo rápido. Él le cuida los hijos. Ella tiene citas fallidas. Él la espera con la comida. Ella es cuarentona y bonita. Él tiene 25 y está más fuerte que tornillo de puente. Pasa lo que tiene que pasar hasta que se pudre todo. Como es una comedia dramática, entra el drama. Ella plantea la diferencia de edad y puf, a la mierda. Sabía que el tipo era el hombre indicado, pero no. Se la complica al pedo y dice que él es "too young".

Él emprende un viaje místico por el mundo, como el de Julia Roberts en "Comer, rezar, amar". Ella asciende en su trabajo y los hijos crecen. Pasan cinco años y, por las casualidades de las películas, se reencuentran en un restauran. El le presenta el hijo que adoptó en algún país asiático, cual receta de Angelina Jolie. Ella le dice que los suyos están en el mismo lugar. Que por qué no comparten mesa. Acepta. Se dan la mano. Se miran. Estarán juntos toda la vida.

Me levanto de la cama. Voy al baño. Me siento a hacer pis. En casa se hace pis de sentado para no mear la tabla. Bajo la cabeza. Pienso en el nene asiático que adoptó el de la película y lloro. Lloro porque pienso que quiero ser papá. Lloro porque todavía no me animo. Todavía...

lunes, 9 de enero de 2012

Atención al público con descuento incluido

Hacer trámites y el calor no son compatibles. La mañana arrancó tarde cuando debería haber comenzado tipo diez. ¿Por qué será que uno piensa que los empleados, los lunes, atienden mejor temprano que al mediodía? Supuse que a primera hora podría hacer todo con menos calor, menos colas, más rápido y más efectivo. Error. Al que se duerme (no madruga) Dios (también) lo ayuda.

Como mi amiga Silvita está haciendo vida de regia en Punta del Este me dispuse a hacer algo que tendría que haber hecho ella. Mandar una encomienda a Mar del Plata desde la terminal de ómnibus de La Plata no tiene nada que ver con estar en el Spa del Mantra. Igual, no me quejo, yo me ofrecí. La primera transpiración de la mañana se la debo a tres hermosas cajas, embaladas en tres bolsas de residuos, con tres carteles con letra de chongo. Carlos, la pareja de Silvia, preparó todo el día anterior y a mí solo me tocaba enfrentarme con la doble de Martha Sánchez versión platense. Llego al mostrador del sector encomiendas.

-Qué tal? -me hago el simpático pensando que con los buenos modales se llega lejos- quiero mandar estas cajas a Mar del Plata.
-¿Por qué empresa? -me pregunta el primo hermano de Leito, el bailarín de los Wachiturros.
-No sé, cualquiera. No tengo problema. Esta.
-Mirá, mejor mandalas por Plusmar. Es el mostrador de al lado.
-Bueno, listo. Graciasssssss.

Muevo las tres cajas. 2, 3 y 5 kilos. Grandes paréntesis: sé los pesajes porque la versión morocha de Martha Sánchez me las hizo pesar. Llego al mostrador de Plusmar.

-Hola, quiero mandar estas cajas a Mar del Plata.
-Te tengo que cobrar el embalaje, sabías no?
-No, pero está bien.

Me hace esperar un rato. No mucho. ¿Cuánto dura la versión de "Colgando en tus manos" de Martha Sánchez y Carlos Baute? Ponele, 5 minutos. Sin pagar un sólo centavo tuve mi recital en vivo y directo. Un muchacho de ojos negros -enojados y conurbanescos- y la empleada que me ¿atendía? karaokeaban delante de mí.

-¿Tu nombre? -me tuteó como si fuéramos como chanchos.
-¿A nombre de quién va? -ahora cagándome a pedos.
-Son tres cajas, así que -sumó mentalmente y no le quitó la mirada de encima a las cajas-, son 28 pesos. ¡Te hago precio!
- Ah, no. También se puede pagar en el destino. Mejor, sí mejor -afirmó y respondió ella sola.

***

El segundo trámite era algo que tenía que durar mínimo treinta minutos y salir mal. Duró diez con toda la furia. Y eso que me encontré con una compañer del diario en la vereda y nos dijimos lo nuestro. Entro. No hay nadie en la cola. El de seguridad me dice que espere. Espero. Me llaman al box 3. Voy al 3. El hombre del box 1 me llama. "Anda mal, yo te atiendo", me dice. Me atiende. Le digo lo que quiero. Me dice si antes pasé por la AFIP. Le digo que sí. Le miento. Me cree. Me vende. Lo saludo. Salgo a la calle. Justo pasa Pablo con el auto. Me subo. Listo.

***

-No, hace tres meses que Wester Union no tiene sistema -me dice con voz de pito y sabiendo de memoria el discurso la típica mosquita muerta y chupamedias que se muere por ascender y que es capaz de cagarte con tal de ser "jefa de...".
-El sistema se puede caer minutos, horas, días, pero no mesesssssssssss -le digo medio caliente por ese tono de voz típico de conchuda que se quiere hacer la simpática, pero está feliz con que vos te hayas venido de la loma del orto al mismísimo pedo. Como un imbécil, le pregunto si sabe dónde hay otro cercano.

-Pregunta en atención al clie -a esa altura ya estaba en la playa de estacionamiento camino al próximo destino.

Llegamos a donde creímos y no. Me mandaron a tres cuadras. Llego, saludo, digo lo que quiero y me mandan a completar un formulario. Tengo una duda. Pregunto y no me queda otra que dejar el trámite para después. Dos horas más tarde, vuelvo. Con el formulario en la mano -completito completito como si fuera el ancho de espadas- siento que la misión se estaba por cumplir. Me equivoqué.

-¿Sabías que tenés que pagar una comisión de 87 pesos? -me dice tranquila y despacio una mujer de 50 años, lectora de Paparazzi, fanática de "Gran Hermano" y con un tema de Britney Spears de fondo a todo lo que da.
-Bue, algo me habían dicho. Si no queda otra...

***

En la oficina soy el que se ocupa de juntar el dinero para la compra de los regalos de cumpleaños. Como "la elefanta", el personaje de "El efecto Noemí", la novela de Carolina Aguirre que estoy leyendo. El miércoles es el de Marita. Una amiga divina. Una mina de diez. Cuando salgo de mi último trámite veo en una vidriera un típico regalo para Marita. Es más, la veo con eso puesto. Tiene toda su onda. Adentro del local hacían como 50°. El aire -típico- no funcionaba. Le pregunto a la vendedora por eso (no puedo decir lo que es porque aún no entregué el regalo). Mientras busca el precio yo cuento cuánto junté. No llego. Me pregunta cuánto ponemos por cabeza. Le digo. Agarra la calculadora y multiplica. Levanta la mirada y me dice "ya fue". Agarra una goma gastada y borra el precio original. Me lo envuelve para regalo y me hace un flor de descuento!!!

miércoles, 4 de enero de 2012

Como en Londres...


-Mirá, tiene la bolsa que no me dejaste comprar en Londres.
-¿Quién?
-Ese, ese, el chico que dejó el perrito en el auto.


"El chico", soy yo. Nobleza obliga, gracias por el piropo. Mis amigos saben que suelo ir a comprar a esos lugares, como la verdulería que está a la vuelta del diario, sólo porque me dicen "joven". Pero todo esto no viene al caso. Situación: verdulería de diagonal 73 esquina 40, La Plata. Por estos días la más barata, la que trae las frutas y verduras más frescas, la que vende huevos caseros y la que vos mismo te agarras las cosas. Podríamos decir que es la que más gente reúne. Y más si se tiene en cuenta que es enero y los platenses en masa se fueron a Pinamar. Andar por la ciudad en esta época es un bálsamo: las casas son más lindas, las lomas de burro menos dañinas y hasta las plazas de Bruera son lindas...

La que me piropea es una señora rubia de peluquería de unos sesenta años. El que le responde, sospecho, es el marido, también sesentón. Canoso. Pantalón y chomba Lacoste. Pienso que él habrá sido abogado o contador. Ella tiene el piné de ama de casa. De eso me doy cuenta después cuando la observo comprar. El caballero estacionó el auto detrás del mío. Un Bora impecable con patente que comienza con K. No creo que sean Kirchneristas. Sólo esas casualidades del destino que hizo que los modelos 0 kilómetro arranquen con esa letra.

Lo primero que la mujer supuso es que estoy loco. "Mi amor ya vengo. Papá compra un par de cosas y viene. Portate bien que apenas lleguemos a casa te doy la comidita", todo esto con voz de tonto y hablándole a nadie. A la nada misma. En realidad a nadie visible, hasta ese momento, para la mujer. Le hablaba a mi perrita Triny que estaba sentada en el asiento trasero. Fiel, como todo perro, cuando me alejo apoya sus patas en la ventanilla y me mira ir. La admiradora de Mirtha Legrand -otra cosa que sospecho-, respira con alivio.

-Es un schnauzer enano, dice el abuelo de Richard Gere.
-Ah, como el de Adelita, dice ella que apura el paso y me pisa los talones.

Nos encontramos eligiendo los limones. Diez pesos el kilo me obligan a elegir bien y comprar poco. Me voy a buscar las manzanas y me sigue. Quiero comprar paltas y no las veo. Pregunto y me dicen que no hay. "¡Qué lástima!", dice ella, "yo también quería comprar". Ese fue el gancho para la conversa (como le dicen mis amigos chilenos cuando alguien te quiere sacar un tema). Le digo que los melones están a muy buen precio y con un aroma tentador. Mi nueva amiga lo manda al marido a que busque uno y no se aguanta más. Me pregunta dónde compré la bolsa y me dice que ella cree saber de dónde es. Le digo que la compré en el Mercado de Portobello, en Notting Hill. Suspira. Cierra los ojos y con el olfato pareciera que vuelve a Londres.

                    *****

Regresando a casa, mientras en la radio del auto suena Franco de Vita con Alejandra Guzmán, veo a dos chicos de no más de veinte años. Estaban levantándose del pasto de Plaza Belgrano. Cuando caminan hacia mi dirección comprueblo lo que me llamó la atención. Venían de la mano. Sí, de la mano. Como si estuviéramos en Londres...

martes, 3 de enero de 2012

Balance 2011


Sospecho que el 2011 que termina fue el año que más lloré. Por alegrías, pero muchas veces por tristeza. A los 34 años, por primera vez en mi vida, un cachetazo de la muerte me hizo sentir un hombre. Dejé de ser ese joven atrevido, insolente, arriesgado y chinchudo. Este año que se va se fue con Guillermo. El papá de Pablo, mi pareja. Se fue en una soleada tarde patagónica. Lo despidió la nieve. Nuestra emoción. La admiración de su pueblo que lo honró en su funeral. Pero el mismo año arrancó con dos llegadas importantes: Isabella y Trinity. Isa, mi nueva ahijada, nació el mismo día que nació el hombre que me propuso matrimonio en una noche inolvidable de septiembre. Triny, mi schnauzer sal y pimienta, es como “un ensayo de la paternidad”. Semejante afirmación se la robo a Pablo porque me encanta. Una cola atrevida y movediza me recibe cada noche. Sus pequeñas patas en mi rodilla y esas uñitas rascándome me reciben en mi hogar. Me reciben en un hogar que pelea día a día para seguir siéndolo.

Lloro mientras escribo. Les dije que el 2011 fue el año que más lloré. 

Cuando el 28 de marzo de este año cumplí 34 años me separé. No supe y no sé -aún a la distancia- manejar la angustia de esas horas. Fueron largas noches de insomnio y reflexión. Fueron días largos. Desconcertantes. Pero también fueron largas jornadas de charla con amigos. Amigos que no me dejaron solo y me cobijaron con respeto. Me prestaron su atención y me dieron su amor. Me hicieron ver que la amistad es generosa. No sabe de medidas. Se siente y punto. Sospecho que el amor salvó a nuestra pareja. Aún seguimos peleando y batallando como si lo hiciéramos para un libro de Eric Hobsbawm. Quienes nos conocen saben bien de lo que hablo. Así llegamos a junio. Avión de por medio aterrizamos en Barajas y nos dedicamos a vivir un sueño.

Otra vez el llanto y la emoción. Junto a Pablo debuté en mi primera boda homosexual. Fui testigo por primera vez en mi vida. ¡Se casó mi amigo Alejo! La alcaldía de Badalona, a unos pocos kilómetros de Barcelona, tiene mi firma estampada como testigo nupcial. Después llegaría la fiesta, con Isabel Pantoja y Alejandro Sanz incluidos. Con decenas de fotógrafos y cholulos llegábamos a la fiesta con nuestras valijas. Al terminar, un avión nos llevaría a París.

¡París! Su atmósfera es tal como la sintetiza Woody Allen en "Medianoche en París". ¡Qué manera de caminar por Dios! Pienso qué palabra puede resumir lo que sentí en París y no la encuentro. Quizá la indicada sea "soñada". O, por qué no, mi lugar en el mundo. Después llegaría la opulencia de Londres. Los canales de Amsterdam. La historia de Berlín. La familia que emigró. La familia que dejamos y se extrañó como nunca. En fin, ¡a quién le puede ir mal en Europa!

El volcán chileno que nos retrasó el viaje dos días, ahora nos dejó varados en Barajas en un hotel cinco estrellas. Volvimos. Teníamos ganas de volver. No hubo día que no pensara en Triny. Vuelvo a pensar en las lágrimas en el baño antes de viajar. Nos abrazamos con Pablo y parecíamos dos tontos llorando porque dejábamos un mes a nuestra mascota. Les juro que es verdad: parecía una novela venezolana, pero sentíamos cierta nostalgia por lo que dejábamos.  
Cuando volvimos a la rutina, la vida nos pegó una cachetada de esas que no se olvidan. El último día de agosto, Guillermo tomó la decisión de monitorearnos desde cielo. Fue difícil acostumbrarse. Es difícil. Volví a pensar en la muerte de mi padre. En lo temprano que nos dejó. En lo que le faltó conocer. En mis cuatro sobrinas. En mi nueva familia. En mi profesión. Las ausencias y el dolor van mutando, supe decirle a Pablo. Fue a su regreso que le dije que gracias a esa muerte, sentí tenerle menos miedo a la muerte. Estar en ese entierro me volvió a confirmar que en definitiva a todos nos va a tocar. Siento que la vida hay que valorarla en cada micro segundo. Pero así como la muerte nos dejó helados, la vida volvía a alegrarnos. Llegaron noticias desde Punta Arenas para confirmar el embarazo de Ale y la pronta llegada de Pimientita.

Por último, y para no aburrirlos, quiero darles las gracias a los nuevos y buenos amigos que la vida me puso en el camino el día que me mudé a mi nueva casa. Es un edificio, pero parece un vecindario de esos en los que sabés que tenés un respaldo. Nos escuchamos cuando hizo falta. Nos juntamos cuando quisimos. Nos seguiremos juntando. Nos seguiremos conociendo.

Quiero celebrar y agradecer tener bien a mi familia. Un sostén que le aporta fuerza y corazón a cada paso por dar. Hemos tenido nuestros encontronazos, pero como nos queremos supimos salir adelante. Somos pocos, pero buenos…

Profesionalmente faltan muchas metas por cumplir. Muchos desafíos por aceptar. Un sueño que pronto se dará. Sigo apostando a esta profesión maravillosa que tanto me da y tanto me dará. Amigos, vivencias, crisis, rabias, alegrías, injusticias, entre tantas cosas. Rescato la importancia de darle  valor a la palabra. Nuestra materia prima por excelencia. El 2012 está a pasitos. Que cada uno de ustedes tenga salud, valor y fuerzas para darle batalla a lo que esté por venir.  Deseo que el anuario del próximo año comience diciendo “sospecho que el 2012 que termina fue el año que más sonreí”. Por lo pronto, gracias por llegar hasta esta frase y buena vida para todos. Que el año nuevo nos encuentre felices y en plenitud.