miércoles, 23 de enero de 2013

El gato de Cloud Atlas

Las casualidades no existen. Al menos, no para mí. 

El último jueves 17 de enero fue el anuncio. El génesis del fin. ¿O no? En la jerga quinielera el 17 es la desgracia. Ahora lo entiendo. Suelo tener buen humor. Ser optimista. Ponerle una sonrisa a la vida. Tampoco es que sea "La Catita" de Niní Marshall, pero cara de culo no tengo. Ese día, sí. Ni yo me soportaba. Es más, recuerdo que pensé qué mierda me pasaba. En medio de un enero con mucho trabajo uno no tiene el lujo de ponerse a ver qué le pasa. No en enero. No cubriendo vacaciones y la mar en coche (no sé por qué uso "la mar en coche" pero tenía ganas de hacerlo). Eso es para cuando arranca el año: en marzo. Vieron que en marzo arranca todo: las clases, la dieta, los proyectos. ¿Quién te da bola en enero o febrero? Nadie. Si vas a hacer un trámite te dicen: "mejor venga en marzo, ahora hay muchos de vacaciones". ¿Qué culpa tengo yo que ustedes tengan vacaciones en los dos primeros meses del año? Pero bueno, no viene al caso. Ese jueves me levanté con un humor de jefe que ni te cuento. Con las horas se fue, pero cuando me acosté quise recordar el motivo del enojo y no lo recordé. Era algo inexplicable que solo una serpiente (mi signo en el horóscopo Chino) como yo logró percibir.

***
Viernes 18 de enero.

Una mañana de trámites como cualquiera. Papeles para acá, para allá y para todos y todas. Burocracia. Pero no es justo endilgarle también a Kristina la culpa de eso: pobre, ya la tienen todos tan a flor de piel que yo la voy a dejar en paz. (Hoy es como que estoy disperso. ¡Cómo que me cuesta entrarle al relato. Ponele. Vieron que ahora esa es la muletilla cool. El "Y bueno, nada" ya fue. Ahora es todo "Ponele". ¿Ponele qué? ¿Qué me querés decir?). Para que todo sea menos pesado decido salir de tour burocrático por las dependencias del Estado con Triny, mi pequeña mini schnauzer. Esa mañana -antes de elegir el pretal- decido llevar la que tiene la correa más corta. Triny es el sensor mágico, entre tantas otras cosas. Cuando entrás con ella y te sonríen, te van a tratar decentemente, como si fueras una persona. Cuando de entrada te atajan y te dicen que "acá perros no", cagaste. Rezale a San Expedito porque caíste en malas manos. En mi caso, tengo que volver otro día y ya es probable que ni se acuerden del pibe que quiso entrar con la perrita.

Cuando sólo me quedaba comprarle el regalo de cumpleaños a mi sobrina Isabella ocurrió lo que ocurrió. La peor de las pedadillas se materializó. 

Suelo tener muy presente el tema de mi presupuesto en casi todo lo que hago. Ser periodista casi que te obliga a saber cuánto podés gastar y cuánto deberá quedar en estado "latente". Mis "latentes" cada vez son más. Crecen en sintonía con el patrimonio no declarado de algunos funcionarios. Pero no hablemos de política. ¿Para qué? Volviendo al tema de que soy una suerte de Lita de Lazzari en versión gay friendly, recordé que en diciembre había visto en "Grisino" un vestido -un tanto caro, pero divino- y fui en su búsqueda. 

Dos horas antes de que la vida cambiara tuve turno con el nutricionista. Perder un kilo después de las fiestas no está nada mal. Era un buen motivo para celebrar. Al menos con un rico café en un lugar en donde a uno lo tratan de maravillas. Como si fuera Hemingway en "París era una fiesta". Al salir del médico supe que me tomaría un rico desayuno en "Charola". Si hay dos cosas que maridan bien en mí es la comida y las "cositas" que podés comprar en los bazares. Y en Charola (51 entre 4 y 5. "El 'Pasaje Rodrigo' está al lado de Charola", bien me aclaró una de sus dueñas) uno puede comer rico, ser atendido maravillosamente bien por la todoterreno de Inés, disfrutar de un ambiente tranquilo con Édith Piaf de fondo y si necesita algo del bazar -siempre se precisa algo- también lo puede comprar. Ponele.

Siempre me gustaron los bazares. Recuerdo que cuando tenía 11 años le regalé a mi mamá un juego de copas de cristal que las saqué a pagar: a cuenta. El bazar quedaba cerca de la Cultural Británica y le daban fiado a un mocoso. Todos los meses llevé algo de plata hasta que tuve el tesoro más preciado. Antes o después de entrar a clases, una vez al mes, pasaba por lo de Elsa y Roberto. No recuerdo el nombre de la casa. Yo lo llamaba así. En realidad creo que todos lo hacíamos. A ellos no les importaba. Ponele.

Antes de entrar a "Charola" me paro en una vidriera. No recuerdo el nombre de la tienda. Para mí es lo de Rhonda. Una bajista maravillosa que tuve la suerte de entrevistar para una de esas tantas notas que uno tiene que escribir. Rhonda no estaba. Es verano, pensé. Mi mirada no se detiene en las remeras. Tampoco en los bolsos ni en las zapatillas. Veo el mismo gato chino -que en realidad es japonés- (hace poco me enteré de mi confusión gracias a una nota de Mónica Pérez que es como el San Cayetano de los nipones) que yo tengo en mi casa mirando a la puerta de entrada para que entre la fortuna. Una pelotudez. Pero eso somos: puras contradicciones. ¿Quién no las tiene? Volviendo el little felino, el de la tienda de diseño era de diseño. No es como el que tenemos todos en ese dorado menemista y que mueve la garrita todo el tiempo. Este era blanco, opaco y cool. Eso. Me detengo en eso. La señal. Ponele.

Entro a Charola. Saludos a Inés. Inés saluda a Triny. Me voy al patio. Pido un desayuno: un café con leche con tostadas, queso y mermelada. Le saco una foto a Triny. Me gustan los frasquitos en los que te traen el queso y la mermelada. Buen detalle, original. Me distraigo con las aromáticas y pienso en si levanté la presión arterial que estaba algo baja. Termino las tostadas y el café. Pago. Saludo y voy en busca del destino. Ponele.

En vez de entrar por la puerta de calle 51, decido caminar por fuera del "shopping". Enseguida recuerdo que "Grisino" no está más en el primer nivel. Como estoy con Triny no puedo ir al subsuelo: en ese nivel nos discriminan. "Con mascotas no porque hay un local de comidas". Eso me dijeron. Ponele. El seguridad del turno de la mañana me ubica y me dice que le deje a Triny a su cuidado. No acepto. Nunca haría una cosa así. Nunca. No sos vos, soy yo. Ponele. Le agradezco y me dirijo al Apocalipsis now.



Camino cinco pasos. Se me cae la bolsa que llevo en el hombro. La levanto. Veo que la vereda es demasiado angosta. Veo al gato. El gato a mí no. Lo sé. Encorva el lomo. Estoy demasiado cerca. Demasiado. Veo la escena antes que él. El gato pega el salto. Yo pego el tirón y la levanto a Triny de un solo tirón. Ella grita, nunca ladra. Él queda enganchado con sus garras a mi pierna. Me muerde. Gritos. Una mujer sale de la verdulería. Enfurecida empieza a los carterazos limpios. Me saca al gato de encima y me caigo. Vuelan las Hawaianas. Lo único que veo es que Triny esté sana. No reparé ni un segundo en que eso que estaba prendido a mi pierna era un gato. Me limpian las ojotas. Me levanto. Me ayudan varias mujeres. El veterinario de al lado de la verdulería me pasa agua oxigenada por las heridas y me manda a que me de las vacunas. La mira a Triny y me dice que está bien. Temblaba. Dice que solo está asustada. Lo veo. Dejo el local. Camino hasta el auto. Durante el trayecto lo llamo a Pablo. Me largo a llorar. Recién ahí comprendí que eso que tuve prendido a mi pierna era una gato. Mi única fobia.

Después de pasar por el Hospital Español, de comprar todas las vacunas que me tenía que dar y eso, llego a la sala antirrábica. Me atiende muy gentilmente una enfermera. Hasta ahí, rutina pura.

¿Nombre? dijo ella.
¿Manuel Dominguez dije yo.
—¡Como mi hermano! dijo ella.
—Me llamó así por mi abuelo dije yo.
—¡Como mi hermano! dijo ella— ¿Cómo se llama tu papá?
—Juan dije yo.
—¡Como mi papá! dijo ella— ¿Cómo se llama tu mamá?
—María dije yo.
—¡Como mi mamá! dijo ella— ¿Cuántos hermanos son?
—Dos dije yo.
Ah, nosotros doce dijo ella.

Más tarde llegaron los pinchazos y las indicaciones debidas. Dejo que la mañana de paso a la tarde y me voy al diario.  

***
Lunes 21 de enero.

Después de posponerla una vez, finalmente fuimos al cine a ver "Cloud Atlas". Nunca le dije a Pablo que era ciencia ficción. De haberlo hecho, no habría ido. "Son nueve historias que viajan en el tiempo y que en un punto se conectan o algo así", le dije con un tono muy confuso. Puedo ser muy elíptico cuando quiero. Fuimos. Imposible contarles tres horas de un argumento un tanto complejo cuando tengo que ir cerrando este cuentito. Pero haber. Habla del amor. La libertad. La solidaridad. La trascendencia. Los amigos. La familia. Los hijos. Superar nuestros propios límites. De la humanidad y sus actos. Un poco todo eso me pasó y me pasa. Ponele.

No creo en las casualidades. ¿Ustedes?

 

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