A
poco de cumplir 34 años, Juan Francisco Gatell cantó bajo las órdenes de
los directores más importantes y en los teatros que soñó de chico.
Radicado en Italia, recuerda su infancia en City Bell, el conservatorio
Gilardo Gilardi y confiesa que sueña con cantar en el Teatro Argentino
Un
día “Tweety” creció. Dejó de ser ese nene de cabeza grande, melena
rubia casi blanca y cuerpo delgado. Desde Washington, vía Skype y en
exclusivo para EL DIA, sonríe cuando recuerda el apodo de su infancia. A
horas de debutar en la National Opera de Washington viaja en los
recuerdos. Aparece esa casa de City Bell repleta de hermanos. Las clases
de piano. La secundaria en Bellas Artes. Los amigos del coro en el
conservatorio Gilardo Gilardi. El casamiento con Paula Bampi, el gran
amor de su vida. La llegada a España. El call center madrileño que le
bancó las clases de canto. Sus días de mozo/cantante en “La Favorita”.
Francisquito, el primer hijo. Su “enfermedad” por el Lobo. Sus alumnos
de solfeo. Las audiciones. El primer protagónico. La gloria. El sueño
por el que tanto trabajó hecho realidad. Juan Francisco Gatell, el tenor
platense que conquista hasta los inconquistables, no tiene reparos y
habla. Conversa ganándole a la timidez. Ese argentino que el mundo
aplaude de pie se emociona. Los ojos celestes se ponen vidriosos al
recordar a su abuela. “Lela” murió cuando Juan estaba en Italia, a unos
meses de viajar a Santiago de Chile. Dentro de sus planes estaba
previsto pasar a visitarla por City Bell. El sueño de la abuela Elida
era escucharlo en el Teatro Argentino. No se conformaba con haberlo
visto cantar en ruso. “Quién más que yo puede querer cantar en La
Plata”, pregunta y no logra contener la emoción. Su esencia.
Está
a más de 8.400 kilómetros de La Plata, su ciudad natal. Acordamos la
entrevista para las 11.30 de un miércoles. Son 11.20 y escribe un
mensaje: “Esperame un cachito, estoy en una conversación que se alargó”.
Quince minutos después relata que estaba cerrando con su agente unas
jornadas de tango en la embajada de Argentina en Italia. Cada vez que
canta por el mundo su computadora se vuelve necesaria y compañera. En
ella lleva algo imprescindible para vivir: música.
Tiene
la discografía completa de Los Redondos. También hay de Fito Páez,
ACDC, “El Flaco” Spinetta, Caetano Veloso y Los Ratones Paranoicos,
entre tanto acorde. En Argentina preocupa una sudestada y en Estados
Unidos hay un sol radiante que entra por la ventana en donde estará por
un mes más. Pide disculpas por la demora de cinco minutos. Por la facha
de recién levantado. La charla le sale fácil.
Juan
quiso ser aviador. Se anotó en Ingeniería. Quiso pasarse a
Arquitectura. “Yo quería cantar -dice simple y rápido-. Alucinaba un
poco. Me acuerdo que pensaba `si pudiera cantar en los teatros´, ese era
el objetivo máximo. Yo quería vivir de cantar. Con entrar en el Coro
del Argentino era el tipo más feliz del mundo. Me gustaban muchas cosas.
Pero lo que se me iba dando era esto”. Esto era el canto.
Por
ahora cumplió una parte. Falta la parte de cantar en su ciudad. “Es
complicado porque tengo la agenda llena de dos a tres años. Se tendría
que dar una cosa de último momento, ahora mismo. En uno de esos huecos. O
tendría que salir una gira que se haga por Latinoamérica: San Pablo, El
Argentino, El Colón, Santiago de Chile”.
La
belleza de la soprano platense Paula Bampi lo impactó. Lo enamoró en el
viejo edificio del conservatorio Gilardo Gilardi de la calle 49.
Recuerda que la conoció el día que ella cumplió 19 años. Como él tenía
apenas 16 no se le animaba. Para eso faltaban seis meses. Después de una
charla larga se animó. Tanteó el terreno y parecía fértil. Lo era. Lo
es. Fue Paula, ya su esposa, la que insistió para que se instalen en
Madrid.
EL FAVORITO
“Tenía
varios trabajos. A la mañana era mozo enfrente del Bernabeu (el estadio
del Real Madrid). En la noche trabajaba en otro restaurante en el
centro de Madrid. Hacíamos de camareros y en un momento nos poníamos a
cantar ópera. Había un piano y nosotros, los cantantes, llevábamos la
bebida para que no se nos caigan los platos. Eramos tres o cuatro. Una
buena idea. A la gente le gustaba. Ese fue mi debut. Debuté en ´La
Favorita´”, recuerda y desprende una carcajada. Fue ahí que el pianista
le avisó que el coro de la Radio y Televisión Española estaba buscando
cantantes. “Allá voy”. Esa fue su primera audición y su primer coro
profesional.
Hijo de un abogado catalán,
Antonio, casado con una argentina, Beatriz, y con ocho hermanos, los
vecinos de la calle Alvear, cerca del country de Estudiantes, los
recuerdan con afecto. Amantes de la ópera, la pareja lloró cuando se
derrumbó el viejo edificio del Teatro Argentino. Juan creció entre
instrumentos musicales, pelotas de fútbol, rugby, bicicletas, una pileta
que en el verano convertía a la casa en un club y un parque inmenso.
Era imposible aburrirse. Formaron y forman todo un clan. “El Clan del
Club del Tótem del Gato”, lo bautizaron. Cuando algunos ya eran
adolescentes, el nombre se usó para mandar mensajes al programa de
Alejandro Dolina, en el Café Tortoni. Los hermanos Gatell sabían que esa
firma colectiva era la suya. Una suerte de exclusividad sólo para
entendidos.
Con una docente de literatura
en el hogar, la primaria de los Gatell fue en casa. En la secundaria la
realidad fue otra. Juan Francisco primero estudió en el Bachillerato de
Bellas Artes y luego en el Vergara. Un buen día, ese adolescente
responsable que cumplía el rol de hermano mayor creció. Se casó y voló.
Junto a Paula le dijo chau a la Argentina en el 2000. Tenía 21 años.
Llegó a Barajas, el aeropuerto madrileño que unos años después recibiría
a miles de argentinos que escapaban de la crisis económica. Claro que
todavía no tenía ni idea lo que estaría por llegar. Para las sorpresas
de la vida faltaba. No mucho. Completó papeles. Llenó formularios y dijo
que estaba ahí para estudiar. Para estudiar canto. Fiel a su estilo,
estudió.
“Nosotros nos enumeramos -comienza a
explicar Juan Bautista Gatell-. Siete pasame tal cosa. Cinco llama a
ocho. Era en broma pero en serio”. Las tres primeras hijas Gatell -1, 2 y
3- son mujeres: Rafaela, Basilia y María del Pilar. La trilogía se
cortó con la llegada del primer hijo varón, Juan Francisco ó 4. Luego
Eulalia (5), Luciano (6), Juan Bautista (7), Antonio Eugenio (8) y
Beatriz Macarena (9).
Día por medio, a la
noche, atendía llamados en un call center que hacía reservas hoteleras.
Por la mañana daba clases y por las tardes las recibía. Después a “La
Favorita”. Una noche dormía y la otra no. “Lo que es la juventud”, dice
sobre esos días. Mientras tanto no le temía a las audiciones. “Como
tenía familia, viajé un par de veces a Barcelona para audicionar en el
Liceu”. Ese viaje a ver a los padres, tan importantes y tan presentes en
su vida, fue el embrión. La gesta. Pasaron seis meses y cantar en el
Liceu había quedado pendiente. Algo olvidado. Pero todo cambió cuando
por fin entró la llamada.
“En mi casa no
tenía señal. Hacía rato que veía que tenía llamadas perdidas de un
número anónimo. Un día estando en la peluquería me entra un llamado. Era
del Teatro Liceu de Barcelona”. Lo buscaban para ser cantante adjunto
en el coro. El papel era para “Aída”, de Giuseppe Verdi.
Lo
que Juan no sabía era que justo para esa ópera había un director
invitado. Una rareza. El destino hizo que el Director del Coro de
Florencia lo conociera. Era José Luis Basso, director del Coro del
Teatro Argentino y del Teatro Colón. Después de audicionar con él
llegaría el pasaje directo para desembarcar en la ciudad que hoy vive.
“Tiempo después supe que era el hijo de Mario Basso, el talentoso
cantante lírico. José Luis me dice que en el Coro de Florencia siempre
faltaron tenores y me ofreció irme con un contrato de un año. ´Allá
vamos´, le dije. Estando allá gané concursos, dentro y fuera de Italia.
Tuve la suerte de que me oyeran las personas justas en el momento
justo”.
A juzgar por la imagen que Juan Francisco Gatell eligió de portada en
Facebook, bien podría ser el perfil de un futbolista. La cancha de
Gimnasia y Esgrima de La Plata reluce apaisada. El fútbol es su otra
pasión. Al “Lobo” lo sigue desde cualquier ciudad en la que esté. Su
equipo sale de gira con él. Es frecuente verlo ensayar con la camiseta
blanca con la franja azul en el pecho. “Cerca del corazón”. Así de
fanático.
“Así de enfermo”, diría sobre sí mismo. En
los camarines de los teatros más importantes del mundo alguna vez sonó
el relato apasionado que llegaba de la ciudad de las diagonales. Llegaba
un poco de ese sonido con el que creció. “Se cortó la transmisión”,
escribió algo preocupado durante el último partido en su perfil de la
red social. “Ya volvió”, agregó unos minutos después, ya con el pulso y
el ritmo cardíaco recuperado.
POR EL MUNDO
Caerle
bien a la malvada crítica lírica es una tarea titánica. Pero no
imposible. Su mirada melancólica, una cabellera de príncipe de cuento y
un carisma dúctil lo lograron. “Refinado belcantista por su impecable
línea de canto y su cuidado estilo interpretativo”, dijo la prensa
francesa después de su debut en París. La Opera Garnier quedó rendida a
sus pies con su actuación en “Capriccio”, la última de las óperas
escritas por Richard Strauss.
En el mundillo
de los expertos dicen que no cualquiera logra caerle en gracia y ser el
preferido del prestigioso y autoritario Riccardo Muti. El ex director
musical de la emblemática Escala de Milán lo dirigió en “Don Pascuale”,
de Donizetti, entre otras. En la piel de Ernesto, uno de los personajes
que más interpretó, pero también uno de los más difíciles.
“Muti
es muy exigente. Trabaja para lograr el mejor resultado. Siempre te
explica el por qué y aún en el momento que más te está masacrando es
para que la cosa salga bien. Y siempre con respeto. Me ha machacado y
dale y dale y ahí mete un chiste. Una vez, ensayando `Don Calandrino´,
me mandé la tercera equivocación seguida y me clavó esa mirada
fulminante que se parecía a la de mi mamá cuando era chico. El pianista
arranca. Y él le dice ´¡quieto! ¡Todavía lo estoy mirando!´. Las cosas
que hice con él, sus correcciones, las tengo para toda la vida. La tiene
clarísima. Es un estudioso, se mata estudiando todo el tiempo”.
Los
personajes preferidos son dos: Tamino en “La Flauta Mágica” y el Conde
de Almaviva en “El Barbero de Sevilla”. Con el Conde debutó en su primer
protagónico en la Opera de Roma. En Italia, el país que eligió para
vivir y para formar su familia. Además, fue el rol que más cantó y que
lo llevó por los teatros del mundo. Por ser una obra clave en la obra de
Mozart, Tamino siempre le plantea un desafió. Pero siempre lo recordará
por otra razón. Mientras vestía sus prendas llegó Julia. Su segunda
hija es romana. “Les presento a Julia! Nació el 5 de Abril a las 15.26 y
pesó 2,580kg”, escribió debajo de la primera foto de la beba en su
Facebook.
“El tipo de repertorio que hago es
teatro. Hasta lo más serio que hago tiene algo de cómico. En el
conservatorio, en La Plata, nos dieron clases de expresión corporal.
Después si me pongo a hacer memoria, en Cosí fan tutte era más duro que
una tabla. Me gustó actuar y más pilas le puse. Cuando hice Romeo y
Julieta, en Salzburgo, nos tuvieron cuarenta días estrenando con
espadas. Vino un entrenador de Broadway. Eso me encantó. Las funciones
eran emocionantes. Todo el mundo estaba re compenetrado. Había gente del
coro que lloraba en escena. Era impresionante. ¡Las caras de la gente!
¡Del coro! Es impresionante. Esa puesta fue uno de los mejores recuerdos
que tengo”.
Otro mito dentro del mundo de
la ópera es el prestigioso Festival de Pésaro. No muchos se animan a
pasar por allí. “Gatell en Dorvil llena la sala con su voz en el aire”,
dijo Andrea Zappini, de “GBOpera”. “La voz de Gatell está magníficamente
centrada y proyectada de forma segura con el apoyo de la respiración
impecable. Eres el tenor ideal para Rossini”, lo elogió Jack Buckley, de
“Seen and Heard International”.
“El
escuchar el aplauso es la sensación de que tu trabajo sirvió para algo.
Que le diste algo a la gente. Es esa satisfacción. Al final, cuando
salgo de una ópera tengo las pulsaciones a mil y no me entero de nada.
No sé nada. No registro nada, no me entero. Estoy con mucha adrenalina”.
Pero la única vez que reparó en una ovación fue justamente en el último
Festival de Pésaro. La ciudad en donde nació Rossini, en 1792, lo marcó
para siempre.
“Canté dos óperas de Rossini.
Pero estaba haciendo otra opera en otra ciudad cercana y a la vez
ensayaba otra obra. No me gusta hacer eso, pero cayó así. Era un evento
impresionante. Montaron una pantalla gigante en la plaza. Y recuerdo que
cuando hago el rondó final se venía abajo el estadio. Mi cara era
tremenda. La ocasión era muy especial. Cantar Rossini en su casa, con su
público, fue espectacular”.
“Era chiquito. Para su edad era menudito. Era muy querido por sus
compañeros. Me llamaba la atención porque era relajado, pero serio.
Comprometido. Muy sencillo sobre todo. Recuerdo que un día estaba
haciendo un solo en inglés con esa voz divina, pero él no hablaba
inglés. Bromeaba, pero cantando. El resto del coro se moría de risa.
Hacía esas cosas serias, pero divertidas. Se notaba un gran carisma”,
recuerda Estela Casalaga, su primera directora en el Conservatorio
Gilardo Gilardi.
Casalaga se enteró que Juan iba a
ser el doble de alguien y se alegró. Leyó el mail con la buena nueva y
sintió que no se había equivocado. El tiempo le estaba dando la razón.
“Me encantó la noticia- agrega la Presidenta de la Asociación de Coros
de la República Argentina filial La Plata (ADICORA)-. Yo ahora les digo a
mis alumnos: `ven que se puede, que hay que ser estudioso. Hay que
venir al coro, sino miren los videos en Youtube de Juan Francisco. El
era un piojito así como ustedes y miren dónde canta ahora´”.
Aplaudido en
París en el Theatre des Champs Élysées. Ovacionado en Viena. Sólo
recibió elogios en los comienzos con el Inocente de “Boris Godunov” o el
Tenor Italiano de “Capriccio”. Su nombre ya despierta entusiasmo cuando
se anuncia su llegada a plazas como Roma, Madrid, Salzburgo, Chicago,
Washington y la Scala de Milán, donde su Belfiore en “Il viaggio a
Reims” fue muy celebrada. Recientemente cantó como el Conde Almaviva,
del “Barbero de Sevilla”, en Tel Aviv, dirigido por Roberto Abbado.
Estuvo cerca de hacer “Don Giovanni”, en el Teatro Colón, pero no se
dio. Por ahora este argentino que conmueve hasta el alma no cantó en su
país. “Para mí sería muy especial cantar en La Plata. Si hay alguien que
se muere por cantar en la Ciudad, ese soy yo”.
SUS CRITICOS
Pero
la crítica más temida es la que está en casa. “Cuando estoy ensayando
en mi casa y Francisquito escucha que me equivoqué, se pega unas
carcajadas. La tiene clara. A los cuatro años nos pidió ir a piano.
Además aprende violín y está en el Coro de Niños de la Opera de
Florencia. Como es de contextura algo menudo, como era yo, también lo
mandan al medio”.
Pero si con el hijo no era
suficiente, los padres son dos entendidos: “Una vez mi papá escuchó
algo en la radio de un personaje que no me quedaba del todo bien y me
llamó por teléfono. Me dijo `¿me querés decir qué te pasó? Me lo decía
riéndose”.
Bautista, el único de los
hermanos que quedó en el país, vive en City Bell. Mientras juega con
Joaquín, su hijo, no oculta la admiración por Juan Francisco: “¡Es tan
raro ver cómo la gente aplaude de pie a tu hermano! Arriba del escenario
es tu hermano pero también es esa estrella que la gente aplaude. Se me
pone la piel de gallina. Me emociona tanto, porque él trabajó para eso.
Es terco, cuando se le pone algo en la cabeza no para hasta
conseguirlo”.
Seguro y enamorado, Juan
Francisco descansa en el amor y el apoyo de Paula. “Nosotros crecimos
juntos. Nos hicimos juntos. Nos conocemos, no hay nada en qué ponerse
acuerdo. Nos pudimos amoldar el uno al otro. Estamos impecables, cada
vez mejor. A ella le cuesta que yo esté lejos -sostiene y compara-. Mi
viejo dormía todos los días en mi casa pero se iba a las 6 de la mañana y
volvía tarde por la noche. Yo, cuando estoy, estoy todo el tiempo.
Llevo a Francisquito a la plaza, a la escuela, juego al ping pong ¡ahora
me gana!. Pero son las cosas de esta profesión y no me puedo quejar.
Sería un desagradecido”.
Cuando era chico
insistió con ir a piano. Luego el coro. El destino parece que nunca lo
esquivó. “Es cuestión de voluntad. Yo quería que las cosas me salieran.
Yo tenía la idea fija. Me fui a España con la valija. Caí en Madrid con
una mano adelante y otra atrás. Con Pau nos fuimos a un hostal. Fuimos a
festejar la Navidad a la Puerta del Sol. Lo único que tenía era ese
laburo. La luchamos. Las cosas no son fáciles”.
Podría
decirse que Paula es la persona que mejor lo interpreta: “Conozco a
Fran desde que tiene 16 años y sé lo importante que es para él esto. Eso
vale todo los esfuerzos que hice desde que decidimos afrontar esta
aventura. Lo quiero realmente mucho y trato de estar a su lado cada ves
que puedo, incluso ahora con la beba voy al teatro. Con el más grande
hemos ido siempre, ¡por suerte le gusta la opera!”.
A
Estela Casalaga, su directora de la infancia, no la sorprendió saber
que su “Twitty” volaría tan alto. Con tanto éxito. “El estaba
convencido. Se fue a España con Paula a eso. Y lo logró”. Consecuente
consigo mismo, Juan Francisco Gatell apostó por alguien en quien confió y
confía: él.
Artículo publicado en el diario El Día. Revista Domingo. 7 de octubre de 2012.
http://www.eldia.com.ar/edis/20121007/revistadomingo0.htm