Para mi sobrina no es María Elena Walsh. Tiziana tiene 3 años y se apasiona cantando El reino del revés o la Reina Batata. Para ella es María, sin Elena, pero con el Walsh que tantos crecimos.
-Estamos invitados a tomar el té/La tetera es de porcelana/pero no se ve/yo no sé por qué/La leche tiene frío/y la abrigaré/le pondré un sobretodo mío/largo hasta los pies/yo no sé por qué, canta Tiziana.
-Qué linda canción –le digo- la cantaba cuando yo iba al jardín. Es de María Elena Walsh.
-No, nooo –dice Tizi-, es María Walsh y me la enseñaron en mí jardín.
Quizá por esa simple razón de que lo que nos enseñan en el jardín de infantes es sagrado es que María Elena Walsh no murió. Nunca morirá. Seguirá vigente. Presente. Actual. Tengo 33 años, casi 34, y crecí escuchando sus canciones a las siete de la mañana cuando Magdalena Ruiz Guiñazú ponía sus canciones para levantarnos. Sus letras me obligan a viajar a mi infancia en un vuelo directo.
Para mí era esa señora rubia de pelo cortito. Era la mamá de Manuelita, como me enseñó mi maestra Estrella cuando yo tenía la misma edad que Tizi. Aún recuerdo cuando me regalaron un oso de peluche y lo llame “Osías”. Estaba bajo las influencias Walshianas y lo sigo estando.
La noticia de su muerte me tomó de sorpresa. Lo leí en Twitter y no quise creer. Pregunté en Facebook si alguien podía corroborar la noticia y busqué nervioso por los portales de noticias. Faltaban minutos para que Internet desbordara de lágrimas virtuales. Lloré. Pensé cuán feliz e ingenuo fui. Pensé en que crecí escuchándola. Pensé en Tizi. Pensé en mi sobrina Isabella que aún no había nacido. Pensé en los miles y miles que la teníamos un poco olvidada, como aquellas cosas de la infancia que desaparecen cuando crecemos. Pero ese día caluroso de enero me pegaba una cachetada: una vez más ella me emocionó. La recordé con el amor que se recuerda a la primera maestra.
Faltan días para que se cumpla el primer mes de su fallecimiento, pero me doy cuenta que ella no nos falta. Su mirada melancólica debe estar mirándonos desde el cielo. Seguramente arriba de alguna estrella pícara, rebelde y creativa. Así era ella.
A veces la política o los políticos tienen buenas ideas. Hace poco, muy poco, en un emotivo acto se nombró María Elena Walsh a la avenida principal de la República de los Niños. Ese ícono peronista que honra a la infancia. Como no podía ser de otra manera, el evento contó con la presencia de todos los niños que asisten a la colonia de verano, así como también de los profesores, que tuvieron la oportunidad de observar como el intendente Pablo Bruera destapó el velo rojo que cubría el cartel que llevaba el nombre de la artista.
El amor
Entre otras cosas nos enseñó a amar. A hacerlo en libertad. Tal vez como ella no pudo en algún momento de su vida y tuvo que partir. Sigo triste y leo que la mamá de Manuelita vivió sus últimos días acompañada de su “compañera de toda la vida, Sara Facio”. Me enojo. Pienso por qué algunos periodistas utilizan pésimos eufemismos para decir que Sara fue el gran amor de su vida. Después leo otras noticias y por fin dicen la verdad. “Su pareja de toda la vida la acompañó hasta el final”. María Elena no se merece la mentira. Nos enseñó la verdad. La metáfora. ¿Qué loco no? Varias generaciones de niños crecimos amando y aprendiendo a ser mejores con los valores de una mujer homosexual. Otra enseñanza. Otra más, porque pocos sabían realmente su condición social. No especuló con ser diferente. Lo dejó para su intimidad. Para lo que es. Otra enseñanza. Y lo seguiremos haciendo. No la olvidaremos. Eso, es imposible.
Le consulto a un fotógrafo amigo de Sara cómo era María Elena y me dice “como sus canciones”. Ahí está. Ahí estará. Siempre.