martes, 3 de enero de 2012

Balance 2011


Sospecho que el 2011 que termina fue el año que más lloré. Por alegrías, pero muchas veces por tristeza. A los 34 años, por primera vez en mi vida, un cachetazo de la muerte me hizo sentir un hombre. Dejé de ser ese joven atrevido, insolente, arriesgado y chinchudo. Este año que se va se fue con Guillermo. El papá de Pablo, mi pareja. Se fue en una soleada tarde patagónica. Lo despidió la nieve. Nuestra emoción. La admiración de su pueblo que lo honró en su funeral. Pero el mismo año arrancó con dos llegadas importantes: Isabella y Trinity. Isa, mi nueva ahijada, nació el mismo día que nació el hombre que me propuso matrimonio en una noche inolvidable de septiembre. Triny, mi schnauzer sal y pimienta, es como “un ensayo de la paternidad”. Semejante afirmación se la robo a Pablo porque me encanta. Una cola atrevida y movediza me recibe cada noche. Sus pequeñas patas en mi rodilla y esas uñitas rascándome me reciben en mi hogar. Me reciben en un hogar que pelea día a día para seguir siéndolo.

Lloro mientras escribo. Les dije que el 2011 fue el año que más lloré. 

Cuando el 28 de marzo de este año cumplí 34 años me separé. No supe y no sé -aún a la distancia- manejar la angustia de esas horas. Fueron largas noches de insomnio y reflexión. Fueron días largos. Desconcertantes. Pero también fueron largas jornadas de charla con amigos. Amigos que no me dejaron solo y me cobijaron con respeto. Me prestaron su atención y me dieron su amor. Me hicieron ver que la amistad es generosa. No sabe de medidas. Se siente y punto. Sospecho que el amor salvó a nuestra pareja. Aún seguimos peleando y batallando como si lo hiciéramos para un libro de Eric Hobsbawm. Quienes nos conocen saben bien de lo que hablo. Así llegamos a junio. Avión de por medio aterrizamos en Barajas y nos dedicamos a vivir un sueño.

Otra vez el llanto y la emoción. Junto a Pablo debuté en mi primera boda homosexual. Fui testigo por primera vez en mi vida. ¡Se casó mi amigo Alejo! La alcaldía de Badalona, a unos pocos kilómetros de Barcelona, tiene mi firma estampada como testigo nupcial. Después llegaría la fiesta, con Isabel Pantoja y Alejandro Sanz incluidos. Con decenas de fotógrafos y cholulos llegábamos a la fiesta con nuestras valijas. Al terminar, un avión nos llevaría a París.

¡París! Su atmósfera es tal como la sintetiza Woody Allen en "Medianoche en París". ¡Qué manera de caminar por Dios! Pienso qué palabra puede resumir lo que sentí en París y no la encuentro. Quizá la indicada sea "soñada". O, por qué no, mi lugar en el mundo. Después llegaría la opulencia de Londres. Los canales de Amsterdam. La historia de Berlín. La familia que emigró. La familia que dejamos y se extrañó como nunca. En fin, ¡a quién le puede ir mal en Europa!

El volcán chileno que nos retrasó el viaje dos días, ahora nos dejó varados en Barajas en un hotel cinco estrellas. Volvimos. Teníamos ganas de volver. No hubo día que no pensara en Triny. Vuelvo a pensar en las lágrimas en el baño antes de viajar. Nos abrazamos con Pablo y parecíamos dos tontos llorando porque dejábamos un mes a nuestra mascota. Les juro que es verdad: parecía una novela venezolana, pero sentíamos cierta nostalgia por lo que dejábamos.  
Cuando volvimos a la rutina, la vida nos pegó una cachetada de esas que no se olvidan. El último día de agosto, Guillermo tomó la decisión de monitorearnos desde cielo. Fue difícil acostumbrarse. Es difícil. Volví a pensar en la muerte de mi padre. En lo temprano que nos dejó. En lo que le faltó conocer. En mis cuatro sobrinas. En mi nueva familia. En mi profesión. Las ausencias y el dolor van mutando, supe decirle a Pablo. Fue a su regreso que le dije que gracias a esa muerte, sentí tenerle menos miedo a la muerte. Estar en ese entierro me volvió a confirmar que en definitiva a todos nos va a tocar. Siento que la vida hay que valorarla en cada micro segundo. Pero así como la muerte nos dejó helados, la vida volvía a alegrarnos. Llegaron noticias desde Punta Arenas para confirmar el embarazo de Ale y la pronta llegada de Pimientita.

Por último, y para no aburrirlos, quiero darles las gracias a los nuevos y buenos amigos que la vida me puso en el camino el día que me mudé a mi nueva casa. Es un edificio, pero parece un vecindario de esos en los que sabés que tenés un respaldo. Nos escuchamos cuando hizo falta. Nos juntamos cuando quisimos. Nos seguiremos juntando. Nos seguiremos conociendo.

Quiero celebrar y agradecer tener bien a mi familia. Un sostén que le aporta fuerza y corazón a cada paso por dar. Hemos tenido nuestros encontronazos, pero como nos queremos supimos salir adelante. Somos pocos, pero buenos…

Profesionalmente faltan muchas metas por cumplir. Muchos desafíos por aceptar. Un sueño que pronto se dará. Sigo apostando a esta profesión maravillosa que tanto me da y tanto me dará. Amigos, vivencias, crisis, rabias, alegrías, injusticias, entre tantas cosas. Rescato la importancia de darle  valor a la palabra. Nuestra materia prima por excelencia. El 2012 está a pasitos. Que cada uno de ustedes tenga salud, valor y fuerzas para darle batalla a lo que esté por venir.  Deseo que el anuario del próximo año comience diciendo “sospecho que el 2012 que termina fue el año que más sonreí”. Por lo pronto, gracias por llegar hasta esta frase y buena vida para todos. Que el año nuevo nos encuentre felices y en plenitud.
    

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